Nauseabunda
camina el aroma de la poesía, nauseabunda y hermosa. Con los cabellos
desarreglados y un cigarrillo en la boca. Obsesionada con modelos scorts que se
desnudan por el placer de hacerlo, saben que adictos como ella les llenan los
bolsillos y las tetas y el culo mientras bailan. Dando rondas por la habitación
con los pies descalzos. Con los lentes rayados y sin dinero en los bolsillo.
Sin libertad en las manos, siempre presas de una ansiedad por escribir, sudan y
tiemblan como jonkies tirados en medio de la avenida o debajo de un
puente. Qué desear más que un verso, uno que salga al menos de los besos al
viento, de los parpados llenos de la fétida nostalgia. Hay música, como siempre
la habrá bailando en el aire con solemnidad, Barenboim tocando una sonata de Beethoven (eso es más
que un lugar común, es más de lo que yo mismo podría decir sobre la belleza).
Es tarde en la noche y la oscuridad brilla con la luz de la bombilla.
Todos los
días la misma mierda. La noche se alarga en líneas escritas sobre blogs que
nadie lee. El café lo bebo lento para no quemarme, siempre con alguna medida de
ron (a veces sólo ron) y pensar y pensar, escribir y escribir. Querer salir de
la fraternidad entre mis pasos y las calles, querer ver más allá de la profecía
del buen día de mi madre. Las esquinas llenas de muertos coronados con
flores sobre sus tumbas, todos menores de veinte años, todos conquistaron lo
que se debía o lo que tocaba en este barrio. Traspasar el umbral con vida después
de ese tiempo es verse en medio de la nada; ya se ha vivido todo y no morimos.
Qué nos espera. Qué podemos hacer con la vida cuando no la agotamos en la
medida que corresponde con ella misma. Quienes han sobrevivido llevan a sus
familias al parque los domingos. Trabajan henchidos de anécdotas y quejas. Las
jóvenes llenas de hijos antes de los dieciocho sin siquiera poseer la esperanza
de darle una vuelta al mundo (o quizá ya la dieron a uno más chico y es mi
ambición y misantropía la que lo niega). “Vive rápido muere joven”, nadie nunca
habló de sobrevivir.
Amapolas
de color de rosa crecen entre mis dedos mientras escribo. Me elevan con su
aroma, como una droga aquieta mis nervios que, saltan como un perro jugando con
una pelota durante el día, durante las horas en que me desvanezco para ser otra
cosa que no soy, otra cosa que hay escrita en la hoja de vida y que actualizo
en la red y presento en oficinas de fascinante olor a fabuloso. Nunca mi casa
llega a oler como una oficina de esas aunque mil veces trapee mi madre y me
mande repasar a mí. Soy yo, Andrés con cédula de ciudadanía tal y tal, con
estudios en esto, esto y esto y sin ninguna experiencia aunque tenga la vida
revuelta en poesía, escrita en las paredes y en mis manos, como si no fuera
experiencia beber solo por las calles de esta ciudad llena de cólicos.
Experiencia hay en mi piel perdida en placer, en mis nervios corroídos por el
café. He trabajado en mis líneas cada noche pero ello no cuenta. A nadie
interesa, eso no cuenta como buena obra en el corazón del nuevo Osiris.
El campo
fértil de palabras me alimenta. No pone pan en la mesa, es una lástima, pero es
una lacónica esperanza que algún día lo haga. Un verso casi siempre me salva el
día, un nuevo nombre, un nuevo poeta, un nuevo libro, una nueva modelo cariñosa
por webcam. No hay mucha necedad en mí para realmente hacer algo. Sólo hay el
suficiente aburrimiento. Suficiente mundo moderno. Suficiente belleza que se
desliza por los dedos de Beethoven, suficiente aroma alucinógena que se desliza
por mis dedos… estoy cansado.
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