viernes, 5 de julio de 2013

La nostalgia del melómano, Juan Carlos Garay


Creo que debo un comentario que he aplazado y dejado de lado. Ya es hora de escribirlo, o por lo menos hacer memoria de las sensaciones que me despertó el libro La nostalgia del melómano de Juan Carlos Garay. Recuerdo verlo en los anaqueles de la biblioteca de la universidad cuando buscaba otra cosa. Me llamó la atención su título,y la portada con ese disco de vinilo roto. No pude sacarlo en ese momento no tenía tiempo para lecturas libres, estaba ocupado con Steiner, Heidegger y la Odisea, estaba más bien enredado en una loca teoría del lenguaje que me inventé o que copié y quería poner como cabecilla a Odiseo.


En vacaciones saqué el libro, una semana antes para ser más preciso. El autor, desconocido, pero estaba intrigadísimo con el título de la obra, si hay algo que me gusta más que la literatura o la música, es la literatura que habla de música. Recuerdo devorarla en escasos cuatro días, a pesar de tener casi trescientas páginas y de cumplir media jornada laboral, se lee muy fácil, es realmente sencilla. Me encantó, tiene descripciones hacia la música hermosas, sus detalles en el sonido, los pensamiento que llena cada rincón de música, cada dialogo como un fragmento de canción, cada calle de Bogotá con un hilo de melodía, Frasico Talavera el protagonista, quien orquesta.

Ya ha pasado un año desde que la leí. Sin embargo aún me queda una imagen en la cabeza que en realidad me vale para justificar el libro. Ir por la calle y cruzarse con alguien que responde como si se tratara de algo planeado lo que tú vas cantando. Eso estrecha las relaciones en una ciudad que resulta inmensa, en la que la tienda Cocodrilo Discos se ve perdida, diminuta igual que su dueño, al cual la ciudad aplasta. La novela nos hace saber que la historia es una historia de los intersticios de la ciudad, construida de esos pequeños fragmentos que se esparcen como vidrios rotos en las calles y que el sol hace brillar, vistos en perspectiva son hermosos, pero al final se recogen y se botan. Esa es la novela, una novela de sensaciones hermosas hacia el jazz, el blues y el disco de vinilo… una reiteración sobre la música clásica y la soledad.

Hacer el amor con un disco de jazz (una fantasía que aún guardo), quizá sea el fragmento de la novela mejor escrito. La odiosa entrada de la música moderna, la muerte de lo que ya estaba muerto, los discos de vinilo. El perdido Lp con una canción inédita de hecho resulta ser el aspecto menos importante, por lo menos para mí. No hay conflicto con ello sino con la nostalgia que deviene de otros lugares, de otras calles, la canción perdida es apenas un rumor que ni siquiera quiebra a Efe al saberlo perdido (como si lo hace Miranda la marcharse) a lo mucho te hace fantasear a un poco, Eric Clapton y Cheo Feliciano tocando juntos El Ratón.

Leerla es sentir lo mismo que se siente al compartir un álbum con un amigo, si vale la pena leerla o no, parafraseo las palabras de Duke Ellington: Hay dos tipos de música: buena y mala y me gustan hay que escucharlas a ambas.

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