domingo, 22 de febrero de 2015

Crack Vol. 1



Colombia le había ganado a Uruguay y se preparaba para enfrentar a Brasil, México había sido eliminado. El mundial de fútbol iba a la mitad cuando recibí la invitación de Miguel Avero para escribir sobre fútbol, pero no precisamente sobre fútbol, el mundial acabaría en un par de semanas y no habría tiempo de hacer algo para el momento. Invité a Ricardo Limassol, a quien particularmente admiro. Junto con nosotros estaba Kevin Castro a quien complicaciones personales le hicieron dejar el proyecto. Buscamos ilustradores. Y alguien que quisiera editar esto. Y Alguien que lo prologara. Buscamos esto entre nuestros amigos. Así nació Crack. 

Debía haberse publicado en internet mucho antes, pero complicaciones vinieron, y se dilató el momento. Aunque esta complicación tal vez sea un acierto, la literatura puede ser disfrutada más allá del momento para el que fue escrita. El valor de esto radica en la literatura misma, en buscar cualquier excusa para crear. Aquí hay una exploración narrativa que bien podría salir mal o acertada. En cualquier sentido esa es una interpretación que hará el lector. 

Crack Vol. 1, se compone de tres relatos cortos, acompañados de tres ilustraciones bellísimas realizadas por Miguel Rual, Sandra Martínez y Vicente Monroy. La edición la ha hecho Caterina Scicchitano. El prólogo lo ha escrito María Yuste. Este ha sido un trabajo en conjunto con personas de distintos países, desde Argentina hasta España. Y nos place hoy presentar esto. 
  

Pueden leer el libro aquí. 

Aquí también.

Goodreads.
 

viernes, 6 de febrero de 2015

Un espacio vacío



Es un espacio reducido, en su interior no cabe absolutamente nada, al mismo tiempo lo es todo y nada. Algo tiene que suceder, y un día estalla como la cabeza del hombre que tomó el cuchillo y apuñaló a su mujer 35 veces en el abdomen. Crimen pasional llamaron al asesinato en los medios. Crimen pasional. Ella lo provocó: celos, engaños, insultos; Un cuchillo: sangre en la alfombra, vacío.

La mujer saluda amablemente al tipo de la tienda. Al pagar, él le estrecha la mano, ¿hasta cuándo?, dice él. Ella sonríe. Tienen una pequeña conversación en la ella que se queja de su marido. Él trabaja como oficinista, nadie tiene un mal concepto suyo, es el tipo de hombre puntual, servicial y amigable que toda empresa quiere. No muy divertido, pero diligente. Completa 15 años en el mismo empleo. Ella recrimina que no le de lo suficiente para vivir bien. Él no gana mucho, lo justo, que es poco, a decir verdad. 

Un espacio vacío, incapaz de ser llenado.

La primera bofetada vino en febrero. Él no recuerda muy bien el porqué. Ella sí: Mintió sobre ir donde su hermana. El desquite, como lo llamó él, vino en mayo. Regreso temprano, halló a su hijo solo en casa. “Perra”, la llamó aquella vez cuando la vio entrar por la puerta con una sonrisa. Comenzaron las discusiones. En junio el tipo de la tienda dejo encargado a su primo del negocio. La invito a ella a dar un paseo, un asunto de negocio, así aprende, necesitan dinero, ¿no?... sus palabras sonaron comprensivas, la persuadieron. Su marido aceptó con recelo aquello. Los asuntos de negocios para ella comenzaron a hacerse frecuentes.

Él debió viajar a Bogotá en julio, un asunto laboral. El vuelo se canceló por mal tiempo. Volvió a casa. Encontró a su hijo con una joven de quince años, su vecina, según explicó la chica. Él no la había visto en su vida. Su mujer regresó tarde, se sobresaltó al verlo, discutieron. Él pregunta sobre el lugar dónde estaba metida. Ella contesta diciendo que si le está plantando trampas, ¿qué tipo de mujer piensas que soy? Se insultaron por un par de horas. Él comenzó a llegar temprano, sin avisar, a casa. La chica de quince años estaba siempre allí, cuidando a su hijo. Es simpática, linda, viste faldas muy cortas. Tiene una risa que, en lo particular, le encanta. Comenzó a ser gracioso y divertido, contaba chistes para hacerla reír.

Ella no vino en un par de noches en agosto. Junto a su cama  la chica de quince años se planta y pregunta si así está bien. Perfecta, contesta él. Ella sonríe.

En noviembre su hijo tiene un accidente en la escuela. Los directivos llaman al número de la madre. Ella no responde. Llaman al número del padre, como sugiere el protocolo. Su padre, lo recoge y lo lleva a casa. Ella está a medio vestir. ¿Con quién estabas, perra?, pregunta él. Con nadie -responde ella-, me acabo de levantar. ¿Y el trabajo?, pregunta él. Hoy no debo ir, contesta ella. La abofetea. Comenzó a beber todas las noches. Dejó de hablarle a su mujer. Su hijo dormía con la luz encendida.

En la noche del dos de diciembre llegó muy borracho a casa, era la madrugada, ella estaba sentada viendo la televisión, esperándolo, había dejado el trabajo, se había dedicado a su hijo por completo en esas semanas.
-Lo sé todo -dice él-, la vecina me lo ha contado.
-Ya vas a creer las palabras de una culicagada- dice ella.
-Esa culicagada es más mujer que vos- dice él.
Ella le empuja, trata de golpearlo.
Su hijo despierta, se cubre con las cobijas por completo, de los pies a la cabeza.
Él saca el cuchillo.

Un espacio vacío, diminuto, que un día estalla.