domingo, 3 de mayo de 2015

De pie frente a la pantalla

    


     Es el año 2000 y Andrés está frente al televisor con el rostro impávido. El mundo no acabó al cruzar el umbral del 99 como se había hecho viral la noticia. Aunque entonces no se conocía como “noticia viral”, sino como una alarma generalizada, una pandemia de miedo similar a la que sucedió en 2012 y que Andrés siguió con burla a través de su cuenta de twitter. Sin embargo, en el 2000 dejaba el gameboy para acercarse a la sala. Una mujer tenía una bomba al cuello, un collar, ¿es esto es verdad?

    A veces se recuesta en la habitación, sobre la cama, vista al techo, con la radio encendida y deja pasar el tiempo. Las horas son una carga, y aplastado por ellas Andrés no se mueve. Elude cualquier sensación. La nada lo abruma. ¿Un collar al cuello? Sí… Andrés se siente de manera extraña. Tiene 14 años y no recuerda muy bien nada de esos años. Quizá el nombre de su programa favorito, el nombre de la chica del colegio que le gusta; recuerda el rostro de la chica que beso en la biblioteca, pero no su nombre ni dónde la conoció; no tiene un perro, o eso cree recordar; tampoco un gato. El supernes está junto al televisor. Andrés está solo. Su madre ha salido a trabajar. Su padre no está en casa, no lo ha estado nunca. Andrés pasa de pie mucho tiempo viendo hacia la pantalla. Entiende que cuatro hombres, guerrilleros, plantan el collar en el cuello de la señora a quien ve junto a un barranco de tierra amarilla acompañada de un oficial de policía que no usa protección antibombas. Quiere hacerle sentir que no hay de qué preocuparse. La imagen está en las pantallas a nivel nacional.

     Otros dos momentos en la vida de Andrés han sido como este en el que se queda frente a la pantalla sintiendo algo que no sabe explicarse pero que le hace sentir vivo. El primero lo recuerda porque fue un día cercano al nacimiento de su hermano. Veía la televisión en la mañana, su madre había salido al hospital urgida por unos dolores, tenía ocho meses de embarazo, no había que correr riesgos. Estaba sentado sobre una alfombra roja. Primero un informativo de última hora en la televisión y luego una trasmisión en directo desde el lugar de los hechos. La expresión “lugar de los hechos” le hizo gracia. Un terremoto destruyó la ciudad de la que es origen su madre, eso lo consternó, recuerda, pensaba en sus tíos y la gente que había conocido en las vacaciones pasadas. El segundo sucedió en 2001 cuando sin explicación los soltaron temprano del colegio. Cuando llegó a casa y encendió la televisión vio en cada canal lo mismo. Una imagen de un avión estrellándose contra un edificio. Una y otra vez. En cada pantalla del mundo.       

     En todos estos momentos hubo algo en común que lo hacía sentirse bien; compartía algo con alguien más. Estaba solo, pero al salir al siguiente día sabría que todos hablarían de aquello. Entonces él también podría decir algo. Entonces él no estaría solo con sus pensamientos. Entonces sabría qué decir y cómo sonar. Entonces no se sentiría extraño en los lugares que comúnmente se sentía extraño. Demasiado solo. Demasiado acostumbrado a dejar pasar todo. Menos esto.

     A los 16 toma una botella de vodka solo en su casa. Comienza a tener problemas con el alcohol. Su madre no se entera hasta un par de años después cuando encuentra bajo la cama de Andrés un bar clandestino. Bebía todas las noches antes de dormir. En 2003 abrió su primera cuenta en Hotmail, la misma que ha tenido hasta el día de hoy y la que revisa en este momento buscando la respuesta para una beca en la universidad. Mucho tiempo desperdiciado. No sucede nada, y eso le hace sentir triste. Pero en el 2000 nada de esto importa y se siente particularmente bien estando asustado frente a la pantalla. 

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