Vamos a irnos y desaparecer.
Tomaremos un avión con el dinero que tengamos e iremos y tendremos sexo como lo tuvimos en el baño del bus que nos llevó de Cali a Bogotá, nos esconderemos luego bajo las mantas para dormir y soñar y despertar de nuevo para encender nuestros ordenadores y tuitear y tener conversaciones largas con nuestros amigos en facebook. Luego nos desnudaremos y nos tomaremos fotos que subiremos a snapchat tocándonos de forma anodina porque estamos cansados, nuestra mirada está agotada en nosotros. No queremos vernos. Lo haremos una y otra vez y luego beberemos café y ron y estaremos por ahí en la noche buscando qué comer, pidiéndole a los meseros platos que no hemos probado antes.
Reiremos aunque luego estemos de nuevo tristes porque la tristeza es así. Porque te la pasas mal y yo me la paso mal y nuestra vida se ha ido al traste y así nos hemos encontrado. Me chupas la polla mientras en la televisión pasan los simpson y te como el coño mientras en la radio suena chet faker, y permanecemos así, encerrados en un piso que te han dejado a cuidar unos amigos que se fueron de viaje.
Nos reventaremos.
Nos desquitamos de la vida porque no hay ningún lugar al cual podamos ir. Las drogas y el sueño y la noche amplia y larga que nos cubre, el cuerpo unido al otro en desesperanza y ritmo monótono que no produce ninguna sensación más que la del vacío.
La del olvido.
Hay que sentir algo y cada vez vamos más fuerte y al bajar del avión nos encerramos en un hotel barato, no salimos en dos días. Bogotá es fría pero la ira contra la vida nos calienta. Saludamos a los extraños en las calles y en un bar nos vamos con otra chica que tendrá un nombre que le inventamos porque nos hemos inventado nombres distintos a nosotros también. Estamos hechos un agujero negro en el que la frustración gime y llora.
Estamos así.
Todo el tiempo.
Así.
No queremos nada más. Pero la vida nos devuelve cada uno a su lugar sin tener ni puta idea de cómo seguir y nos drogamos de nuevo juntos buscando excusas en la noche. Cali es así, cálida, y la vida se siente como el pinchazo de una aguja que entra y saca algo de ti pero que no es nada más. No es mayor cosa.
Los autos y las motocicletas.
Los árboles y el césped en el que nos tiramos a ver la luna y las estrellas, a contarnos sobre la vez que los vimos con otras personas, cuando pensamos que la vida iba realmente bien cuando iba realmente mal.
Cómo ahora mismo va y se encamina.
Nos besamos, luego nos golpeamos, nos escupimos, nos llenamos de ira, nos gritamos, nos separamos y tomamos caminos diferentes. En un bar dos horas después nos encontramos, me la chupas en el baño y dices que es porque estás borracha. Permanezco callado, preguntas por qué y todo es así.
La puta desesperación.
Lloras, me ves a los ojos. “Es justo así… todo”, dices. “Siempre me pasa esto”, dices. Lloras, y yo lloro, y te abrazo. Digo que siempre soy igual. Que mi vida va mal por mi mala actitud, nos abrazamos y en casa nos desnudamos, nos quedamos desnudos frente a la cámara mientras desconocidos nos ven.
Ya no somos de nosotros mismos, somos nada y para nadie. Sólo queremos hacernos fuertes y resistentes de nuevo. Una pastilla y otra y el beso y el sueño.
A la mañana salgo sin despedirme, o quizá lo hagas tú, no lo recordaremos con precisión pero nos sentiremos igualmente solos y separados. Nos cruzaremos en la calle y estarás con alguien más y yo estaré sentado riendo con una chica que conocí en una charla de un escritor que por lo demás estuvo patética.
No sucederá nada más.
Será como si nunca nos hubiéramos encontrado ni tenido ni conocido ni hablado.
Es así como siempre sucede.
Irnos y desaparecer.
Dos en la ciudad, me gusta y me pone triste porque me hace saber lo tristes y frágiles y tontos que somos todos.
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