Estoy afuera de tu casa.
Te digo que tiro piedrecitas a la ventana por
un mensaje de texto. Dices que siga, has estado esperando. Sabemos a qué
venimos. Sin embargo, es distinto. Bebemos y nos contándonos nuestra historia
reciente. Reímos cuando encontramos ironías, o suponemos encontrarlas.
Es muy tarde cuando nos besamos, acaricio el
lunar que tienes en el cuello.
Dices que te gusto desde hace tiempo.
Me besas y rodeas.
Enredo los dedos en tu pelo.
Has quedado sola en casa con tu hijo y el
corazón roto. Mi historia pasa de superflua a comparación de la tuya.
Este día llueve. Dices que esto te gusta, a
mí también, digo. Escuchamos la lluvia juntos. Dormimos poco. A la mañana
siguiente me dedicas canciones y bailas mientras yo trato de desayunar. Te
conté de mis planes. Me contaste de los escapes a la escuela de arte siendo
joven. Este día no salimos, ni el siguiente.
Siento que sano.
Nos sentamos en la cama y hablamos del amor.
Sobre si existe el verdadero amor, o amor como tal. No nos sabemos contestar, nos
contamos que tampoco ninguna de nuestras parejas anteriores nos ha dicho nada
de esto.
Es una ficción, pienso, algo que se construye
para crear un mundo que parece mejor al que vivimos. Que sea una ficción no
significa que sea menos real; que se articule como una forma de narrar sólo
potencia la realidad. Pero esto lo pienso, no lo digo. Te estoy besando y
acariciando.
No sé cuan borrachos nos pusimos o qué tanto
reímos.
Lo que hicimos fue compartirnos la vida y al
hacerlo, reestructurar los hechos que nos dolieron; se justifican, siguen lastimando
o molestan o llenan de ira.
Un abrazo. Otro. El beso. El sexo. La lengua
recorre el cuerpo. Jadeo y gimo mientras mi boca se abre y mi cabeza se inclina
hacia atrás. No hacemos nada más.
Los arcos narrativos siempre deben
justificarse porque si no, no tienen valor o no son necesariamente consecuentes
con una tensión o un pulso en el texto. De esto hablaba hace días con López
quien estando sobrio es un poco más pasable que borracho. Tanto leer y anotar
para nunca crear nada. Para que en trozos de papel se queden anotadas las ideas
de lo que nunca se construyó. Al igual que las ilusiones se cambian
constantemente, y van de un sitio a otro reformulándose y con ellas, la vida. Es
esto lo que vi en el rostro de cada persona a la que visité las últimas tres
semanas. La necesidad de poder contar algo, la frustración de no saberse
construir.
Esto es lo que hacemos juntos mientras
hablamos tirados en el sofá, desnudos. Tanto leer a Kerouack para tener miedo a
salir de la comodidad. ¿En cuántas narraciones tenemos a un tipo bloqueado frente
a la hoja en blanco que decide salir sin rumbo y termina narrando este viaje? Es
bastante común y banal. Cuántos cuerpos unidos el uno al otro amándose.
Me gustan tus canciones en la mañana; Fever de Lee, I'm into you de Faker, Come to me de Bjork. Tu
cuerpo sobre el mío y nuestra playlist invisible.
Ya hemos estado acostumbrados a la ofensa en
público y al halago en secreto. Este es nuestro juego. Lo disfrutamos. El Rata
se burlaría del mí por pensar y creer estas cosas. Uno come y se larga, chao,
mijo, así de sencillo. Dice él. Siempre me cago de la risa con esto. El Rata no se quiere ni el mismo. Yo estoy
sanando.
Me gustas, dices.
Eres preciosa, digo.
Volvemos a dormir juntos.
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