miércoles, 3 de julio de 2013

Sylvia Plath, Rojo era tu color

Leer es siempre deslumbrarse con imágenes de las que apenas reconocías sombras, como en la metáfora de Platón. Sucede de esa forma cuando lees poemas que te atrapan. Leí recientemente un poema que no dejo de sentir íntimo y conflictivo de Ted Hughes, empieza con una afirmación que no es más que una conjetura El rojo era tu color, (¿de Quién?) el Rojo de la mujer que no conoció y sin embargo estuvo allí entre sus manos como una flor. Hay en él un eco de nostalgia y recriminación que hace preguntas al aire, al fantasma con el que comparte. Todo ello ha hecho que piense en Sylvia Plath. Qué tan turbulenta acaso fue la vida de estos poetas juntos. Los colores en el poema están cargados de una intensidad que casi estruja nuestros brazos de impotencia. Con la voluntad abrumadora de esta mujer, quien sea en el poema (pero sólo pienso en Plath), hay una terrible impotencia por no poder tenerla y comprenderla, ella abruma todo y es inalcanzable, inentendible como si fuera ella misma la poesía. Y este poema ha hecho que me retraiga y me pregunte en que piensa esta mujer dando vueltas y tumbos y viendo pintar su mundo, su cuarto y su vida de rojo. Casi que camina sin escuchar, hacia el final que no ha quitado de su cabeza, y entre esa multitud de rojo, de rosas y firmezas un ave azul salta. Y no entiendo que es, ¿acaso una esperanza, una posibilidad de entrar y verla distinta, vestida de algo diferente a su angustia, su fatalidad, no ya como una herida abierta? Pregunté a algunos amigos sobre Sylvia, sobre ella, sobre su vida, quiero que me hablen de ella. Porque siento en el fondo que es ella. Pero nadie me da razón, sólo me estremezco al leer los versos que Luna Miguel recuerda del mismo poema que me dice tanto y nada (eso es una molestia) uniendo la fatalidad del primer y último verso.

“Rojo era tu color…
(…)Pero la joya que perdiste era azul”

Rojo, Cartas de cumpleaños, Ted Hughes

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